dimarts, 12 de gener del 2010

Lazarillo de Tormes actual. Irene Dalmases

Era tan pequeño que ni siquiera me acuerdo de ella, pero sí del día en que me separaron de ella y me sacaron de mi hogar para llevarme a un centro donde compartía habitación con cuarenta niños más. Me dijeron que mamá se tomaría unas vacaciones y que yo tenía que estar allí, que haría muchos amigos; pero no fue realmente así, los primeros años en el orfanato fueron los más duros, luego, a medida que ivamos creciendo fuimos formando pandillas, cada vez más separadas, tanto que incluso llegaron a haber peleas y altercados importantes, tanto que en una de esas murió un chico, mi mejor amigo, de tres años más que yo que tantas veces había ejercido como padre, con el que había hecho tantos planes para la salida de ese infernal centro, planes que volaron en un segundo.
Pasaron los siguientes cuatro años y me mantuve al margen de problemas, cuando salí no tenia amparo, pero me fui a buscar trabajo. Intenté hacerme un hueco en algún trabajo, pero no había suerte.

Un día, por suerte o por desgracia, me topé con un hombre, que al ver la indumentaria que yo vestía supo que podría utilizarme a mi, “debe haber sentido pena por mí” pensé, pero cuando descubrí el trabajo pensé que era más bien lo contrario, aquel hombre no tenia piedad por cuidar de un pobre muchacho.
El trabajo que tube que realizar durante dos meses era tan desagradable que hasta prefiero excluirlo de estas memorias mías. Solamente contar que, un día de suerte, saliendo de trabajar de aquel barrio dejado de la mano de dios y a horas que hasta las ratas duermen, me fijé en un local que aun estaba abierto y entré. Era una especie de pub, de los que había oído hablar, pero nunca había podido entrar en uno de ellos. Las luces eran rojas y entre la clientela apenas había mujeres. Me fijé en la planta de arriba donde estaban las butacas con las mesas y vi como dos hombres adultos manejaban algo que ya conocía de antes, bolsitas pequeñas de plástico, que contenían esa sustancia que a tantos volvía locos. También vi la gran suma de billetes que el otro hombre sacaba de su cartera, tanto que ni trabajando cinco años en mi puesto, podría alcanzar nunca. De repente vi que me miraron y aparté la vista de ellos, luego salí de aquel lugar. Al día siguiente volví a hacer lo mismo, pero esta vez me quedé en la barra a tomar una copa. Miré discretamente hacia arriba y vi que estaba otra vez el mismo señor de la bolsita de la noche anterior, en cambio, el cliente era otro.
La camarera, Raquel, una chica con un buen cuerpo visible por la poca ropa que llevaba pero no demasiado guapa, distrajo mi atención cuando preguntó por qué no dejaba de mirar hacia arriba, entonces pregunté que quienes era aquel hombre y me dijo que se trataba de su mejor cliente, ya que cada noche acudía al local a hacer sus negocios.

Me vi atraído ante la facilidad con la que aquel hombre ganaba ese dineral y supongo que lo debió notar. Un día me llamó desde su butaca de siempre. Subí y empezamos a hablar. Se llamaba Jaume. Me pregunto algunas cosas personales, cosa que me incomodó un poco, pero finalmente acabó diciéndome que tenia una vacante en su negocio y que si quería trabajar con él. Me explicó su trabajo y me resultó muy fácil, así que acepté. Desde aquel momento éramos “socios” y dejé de ir a trabajar a mi otro empleo para ir cada noche al pub de Raquel.

Un día Jaume me explicó una misión nueva y muy importante. Esta vez tendríamos que hacer un trabajo de gran escala. Consistía en esconderme la droga en los sitios más rebuscados para poder viajar en avión con ella hasta Venecia. Era muchísimo más arriesgado pero también la recompensa era muchísimo más grande y de todas formas, no tenía nada que perder.
Así que llegó el día. Fui para el aeropuerto, pero una vez estube allí y fui a pasar las barreras de seguridad vi a lo lejos algo muy extraño: Jaume estaba también en el aeropuerto, hablando por teléfono, y con una gran sonrisa.
En ese momento vi como dos agentes de seguridad se avalanzaban sobre mi llevándome a una pequeña sala, entonces giré la cabeza y vi a Jaume pasando por los controles. Entonces lo entendí, me había gastado una emboscada y él mismo había llamado a seguridad para avisar de un seguro caso de tráfico de drogas, de esta manera distraer la atención y pasar él.

Pasé quince años en prisión, que no resultaba demasiado diferente al orfanato, sólo que aquí la más mínima tontería originaba una pelea que acababa de forma desastrosa. En mi estancia en prisión recibí ocho palizas, dos de las cuales casi me quitan la vida.

Al salir de prisión no sabía que hacer. No tenía amigos ni família, que era lo que seguramente más me hubiese apetecido tener, si hubiese sabido que era tener de eso. Estube un tiempo viviendo de la nada, comiendo lo que robaba, pidiendo limosna. Cierto día acudí a la iglesia, pero esta vez no me quedé fuera esperando la caridad, si no que entré ya que sabia que eso era gratis.
El Padre sintió pena al verme y me dio un pequeño trabajo a canvio de pan para comer. El trabajo consistía en limpiar el órgano. Un día me quedé más tarde de lo habitual limpiando y presencié unas escenas que no debía haber visto....
El Padre tenia una relación amorosa con una mujer del barrio. Cuando le expliqué que lo sabia me chantajeó con no darme más de comer y también dijo que nadie iba a creerme a mi, porque la gente se pensaria que era un chiflado más de los que hay en el mundo, de todas formas, yo tampoco tenía intención de difamarlo, claro que el Padre se puso nervioso.
Un dia me hizo una proposición, ya que la gente había comenzado a sospechar el porque la señora Rosdriguez se quedaba siempre al acabar la misa. Me hizo decir que estabamos juntos para que la gente no sospechase más y poder estar con ella. Yo le juré silencio absoluto si no me hacia trabajar para ganarme el pan y así transcurrió.

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